Nuevamente mis
experiencias y yo expresándonos por medio del blog, ¿qué puedo decir?.
Mi día comenzó con el
estrés característico de saber que tenía una cita en el odontólogo, me iban a
curar una “calza” “caries” o como quieran llamar a este espantoso mal;
realmente no la iban a curar porque ya hace un mes la curaron, pero como medio
de prevenir, entre otros, mi odontólogo me colocó una pasta blanca temporal
para asegurarse de que todo iba a estar bien antes de cerrar permanentemente la
muela.
Bueno, me armé de
paciencia… ¡y de valor!…. y me levante animándome a mi misma para vencer el
reto de sentarme en la silla de los tormentos y terminar con este tratamiento.
No puedo evitar recordar que desde niña el odontólogo y yo nos hemos visto con
mucha frecuencia, a pesar de todos mis esfuerzos mis dientes no son en absoluto
agradecidos y permanentemente me han dado problemas. Aunque con el paso del
tiempo los problemas han ido cambiando, continúan siendo un fastidioso dolor de
cabeza.
Bien, llegue a la
consulta y mi simpático doctor me recibe como siempre con una amplia sonrisa y
un saludo amable lo que me hace bajar la guardia ante lo que estar por venir,
jajajajajajaja…… mientras me distrae con la sonrisa, me sienta en la silla de
las torturas y yo, inocentemente me reclino allí entregándome sin chistar.
Entonces comienzan las
típicas ordenes de abre la boca, abre más y mientras tengo mi boca bien abierta
comienzan las preguntas y las respuestas dirigidas a distraer la atención del
sufriente y cuyas respuestas solo un
odontólogo entrenado puede comprender, porque desde luego, hablar con la boca
abierta mientras la lengua se encuentra amenazada por alguna herramienta extraña
no es nada fácil….. creo que
mi odontólogo tienen un traductor muy eficiente, única forma de poder comprender exactamente
lo que digo mientras él sigue observando mi cavidad bucal. Cosas como “ien, jiji a la aya, i ejojo
jeliz… y u e ijiste? Se traducen en “bien, fui a la playa, mi esposo feliz y tu
qué hiciste?, para seguir con los “o e
uele…. O e olesta ada…. Ji ejo creo…. Ji ji ai ej…. Ejo uele ucho….” que se convierten
en un no me duele, no me molesta nada, si eso creo, si si allí es, eso duele
mucho…… jajajajaja, mágicamente él comprendió lo que dije y procede a
plantearme las soluciones.
En fin, todo va
bastante bien hasta que me informa que la solución tiene un costo de
xxx.xxx,oo; COÑO!!!!, me tiro de la silla como si tuviera un cohete en la
espalda y corro desenfrenadamente alrededor del consultorio con los pelos
parados y un ataque de “cómo voy a pagar eso”, como si con ello pudiese escapar
de la inversión que debo hacer en UNA muela para lograr seguir comiendo carne.
Mientras camino a casa
voy pensando si el hecho de ser 100% carnívora
obliga a mi odontologo a ofrecer soluciones
de este tipo, esas soluciones que no me agradan pero a las que no puedo decir
que no con miras a mantener mi dentadura en condiciones para poder comer lo que
me gusta... o tal vez es el medio para obligar a un carnivoro a volverse vegetariano o algo similar. Debe ser algo así como cuando el médico general pregunta a qué te dedicas para luego continuar con un "si, ese dolor que siente es la deformación propia de los movimientos que hace en su profesión"... ¿ por qué en los famosos panfletos de carreras no incluyen un aparte que explique los daños musculares y oseos que sufrirá el profesional al dedicarse a semejante profesión?.
Bueno!, realmente no se si lo
que me causa mayor pánica es el molesto sonido de las máquinas, el olor
irritante de las gomas, desinfectantes, masillas y demás materiales
reparadores, el dolor ante las agujas de anestesia, las perforaciones de
esmalte, etc etc, o el dolor de mi bolsillo ante el inevitable elevado pago que
tengo que hacer. En fin, dicen que la belleza duele, pero realmente, creo que
duele más la afición a la carne.
Voy a seguir
acumulando vivencias,…. Nos vemos en la próxima.
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